«Sacrificó, pues, sobre el altar que él había hecho en Bet-el, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado DE SU PROPIO CORAZÓN; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso.»
1 Reyes 12:33
Este fin de semana tuvimos el privilegio de poder servir a Dios a través de una pequeña obra de teatro alusiva al Día del Padre en nuestra Iglesia local.
A pesar de la situación incierta durante mayor parte de la semana la obra salió y tuvo su impacto, no obstante en las dos presentaciones del sábado (son 2 el sábado y 2 el domingo) se tuvieron algunos problemas de audio.
Estaba en el mixer y me molesté. Y mucho. Fue realmente muy frustrante para mí y son de esas ocasiones en que se me sale esa área perfeccionista, que a veces pareciera virtud, pero la mayor parte de veces genera problemas.
Meditando lo que Jeroboam había hecho y como de «su propio corazón» sacó pura maldad, pensé que algo así me estaba pasando: De mi propio corazón estaba saliendo toda mi maldad y por ello no podía estar feliz con las presentaciones.
Me estaba olvidando de algo que es MUY importante: Ésta no era mi obra, era la Suya.
Quitando la fachada de que es para Dios, en mi interior sabía que el Señor me estaba señalando que mi corazón orgulloso me había engañado haciéndome creer que era mi obra, y por lo tanto, esas fallas me estaban estropeando el trabajo, mi trabajo.
Cuando comprendí eso y me puse de acuerdo con el pensamiento de Dios, entonces pude sentirme libre y en paz, y pude disfrutar la frescura y el privilegio de servirle nuevamente.
El domingo en el ensayo temprano, compartí lo sucedido con los hermanos que sirvieron conmigo y gracias a Dios, solamente gracias a Él, las dos presentaciones del domingo estuvieron muchísimo mejor.
Para servir a Dios adecuadamente no es necesario que la obra que uno hace sea perfecta, pero sí es necesario que el corazón del siervo esté en armonía con el corazón del Rey a quién se va a servir.