Recientemente recibí en casa gente que andaba fumigando con el objetivo de prevenir a los zancudos que transmiten el dengue y otras enfermedades comunes en nuestros países del trópico. Si te ha tocado vivir una experiencia similar, habrás notado que al principio hay una densa capa de humo en la casa pero después de un par de horas, todo parece “normal”.
Parece normal, pero sabes que no es así. Hay un olor penetrante y hay que volver a lavar todos los trastes de la cocina, porque si no puede ser peligroso para tu salud. Exactamente así es con los pecados ocultos: Su olor penetrante permanece ahí hasta que no son tratados a la manera de Dios.
Veamos el alto precio de los pecados ocultos a continuación mediante el ejemplo que encontramos en el libro del profeta Hageo.
Entremos en contexto
En el capítulo 1 de Hageo vemos al pueblo de Jerusalén que tenía la misión espiritual de regresar a la ciudad y reconstruir el templo de Dios, lamentablemente habían pasado muchos años y no lo hicieron… con el paso del tiempo reedificaron sus casas y retornaron a sus vidas normales olvidándose de Dios.
Luego Dios envía al profeta Hageo para reclamarles por eso y les urge que necesitan cambiar sus vidas y ponerlo a Él de primer lugar, puesto que ese es el único lugar que Dios quiere y merece tener.
Afortunadamente el pueblo reacciona positivamente y comienzan con entusiasmo la obra de reconstruir el templo. Todo parecía muy bien, hasta que…
Hay un pero…
Dios lanza un par de preguntas basadas en sus leyes, donde Él ha sido muy explícito en cómo debe ser el pueblo de Israel en su relación con Él. La primera de ellas, a continuación:
“11 «Esto es lo que el SEÑOR Todopoderoso te ordena, pregúntales a los sacerdotes cuál es la ley en este caso:
12 —¿Qué pasa si alguien lleva carne consagrada en su ropa, y más adelante el borde de su ropa toca pan, o guiso, o vino, o aceite de oliva, o cualquier tipo de comida? ¿Quedarán también consagradas las cosas que tuvieron contacto con la ropa?
—No —respondieron los sacerdotes.”
Hageo 2:11-12 PDT
Con claridad vemos lo siguiente: la santidad no es contagiosa. Es similar a cuando tú tomas un baño y sales de la ducha y tocas una comida, ¿acaso la comida está limpia porque la has tocado? Claro que no. Continuemos:
“13 Después Hageo les dijo:
—Si alguien que está impuro por haber tocado un cadáver toca también esas cosas, ¿quedan impuras las cosas?
Los sacerdotes respondieron:
—Sí, quedan impuras.
14 Hageo les respondió:
—El SEÑOR dice: “Esto también es cierto en el caso de este pueblo y de esta nación. Ellos no son santos ni puros ante mí, de modo que todo lo que ellos producen y traen luego al templo es impuro.”
Hageo 2:13-14 PDT
A diferencia de la santidad, la suciedad si es contagiosa. Si tú tienes tus manos sucias y tocas la misma comida, ahí si que la ensucias, ¿verdad? Es igual para con Dios.
Que interesante esta el ejemplo que Dios pone a través de Hageo, porque si te pones a pensar tocar un cadáver es algo que no deja un rastro visible, lo puedo hacer y en una hora nadie tiene forma de saber que he hecho eso, pero Dios si que lo sabe… Por cierto que muchísimos ángeles y demonios también.
Querido(a) amigo(a), puede ser que hayan áreas de pecado que te estén afectando sin darte cuenta, porque a pesar de darle la prioridad a Dios todavía puede ser que contamine Su obra porque estoy contaminado…
Cada uno de nosotros tiene áreas de pecado que lo contaminan y con seguridad también terminarán contaminando a otros, por ejemplo:
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chismes,
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murmuración,
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resentimientos,
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envidias,
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orgullo,
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inmoralidades,
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malas actitudes,
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lascivias, etc.,
¿Qué hacer?
Debemos limpiarnos de eso y de ahora en adelante tratar de mantenernos limpios. En otras palabras, es necesario que mantengamos cuentas claras con Dios arrepintiéndonos, que significa “cambiar de mente”, ver las cosas como Dios las ve.
“15 De ahora en adelante quiero que piensen bien en lo siguiente: antes de empezar la reconstrucción del templo del SEÑOR, […] 18 Así que de hoy en adelante, fíjense bien en lo que va a ocurrir…”
Hageo 2:15, 18a PDT
Debemos considerar con seriedad y total honestidad que aunque Dios esté en primer lugar de mi vida, debo hacer Su obra a Su manera; porque empezar a hacer algo bueno si no estoy bien con el Señor, es malo.
Hasta la próxima…
¡Y que Dios te bendiga querido(a) amigo(a)!
Marcos Zúniga